Así como los aceites, las grasas se utilizan como lubricantes para reducir el desgaste y la fricción mecánica originada por la utilización continua. Estas grasas tienen un gran poder lubricante pues forman una película sustancial que recorre los principales puntos de lubricación, evitando así el contacto directo en los cojinetes y superficies en movimiento. Y es que, al tener la capacidad de penetrar en la mayor cantidad de puntos de apoyo, evitan la entrada de partículas de suciedad que, generalmente, lleva a fallos del sistema de lubricación y a la destrucción de puntos de fricción. Y es que, en comparación con los aceites, las grasas tienen la ventaja de que no se produzca goteo del lubricante.
Del mismo modo, su acción repelente contra el agua evita la corrosión que puede generarse por la intromisión de ésta. Y es que la fricción y el desgaste se encuentran siempre presentes en los sistemas y las máquinas. Por lo tanto, el rozamiento de las piezas logra una pérdida de energía mecánica que es perjudicial para el mecanismo, y que se transforma en un calentamiento de las piezas que estén en contacto; ocasionando desgaste y deformaciones.
Es por esto que, los lubricantes centralizados tienen un principio de funcionamiento que consiste en utilizar una bomba para repartir grasa o aceite desde un depósito central hacia los puntos de lubricación de forma automática. Este sistema logra perfectamente que las cantidades de grasa o aceite especificas lubriquen a toda la maquinaria. Por lo tanto, se incrementa considerablemente la vida de servicio de los elementos de la máquina y a su vez se reduce el consumo de lubricante.